En 1979 con el triunfo de la
Revolución, Juan Bautista Arríen que directa e indirectamente había estado
vinculado a las luchas insurreccionales contra la dictadura, pasa a ocupar el
cargo de Director de Planificación en el Vice- Ministerio de Planificación y
Política Educativa que estaba a mi cargo. Desde ese puesto, con Arríen
coordinamos en 1981 la Consulta Nacional para definir los fines, principios y
objetivos de la nueva educación, actividad emblemática de la Revolución en el
terreno educativo. Igual, como director de Planificación, escribió una obra de
carácter metodológico sobre Planificación Participativa de la Educación, y
coordinó, junto a Róger Matus Lazo, la edición de la obra que recoge el legado
de la Revolución Sandinista en el campo educativo, titulada Diez Años de
Educación en la Revolución.
Cuando en
1996 Xabier Gorostiaga propone a Juan Bautista fundar el PREAL, que años
después pasaría a llamarse IDEUCA, él invita al Dr. Rafael Lucio y a quien
escribe a fundar el Instituto. Juan nos llamaba sus arcángeles, el Arcángel
Rafael y el Arcángel Miguel. Ahí con su tutela y apoyo realizamos múltiples
investigaciones sobre la educación nicaragüense y centroamericana. En acuerdo
con El Nuevo Diario se creó la tradición de publicar a tres manos, tres
artículos semanales sobre educación, en este rotativo; se publicaron muchas
obras en el campo educativo, se generaron y realizaron múltiples programas de
capacitación de maestros en todo el país y se patrocinó la fundación de
organismos no gubernamentales del campo de la educación como el Foro de
Educación y Desarrollo Humano y el Movimiento Pedagógico Nacional.
Sobre la
obra escrita que Juan Bautista Arríen nos deja en sus libros y artículos
periodísticos, se podrá hablar mucho en el futuro, no obstante para mí la
característica más importante de su pensamiento pedagógico como teórico de la
educación, fue su visión optimista, esperanzada y esperanzadora de la educación
y de la profesión magisterial. Contrario a las posiciones catastrofistas de
algunos académicos y analistas que trasladan sus posiciones políticas de
oposición al campo educativo, Juan Bautista permanentemente pedía un chance
para la educación, recordando que ésta tenía sus tiempos y que los procesos
educativos son lentos en su proceso de maduración y que uno de esos tiempos era
el de las cosechas.
Entre
muchas de las cosas sobre las que Juan se sentía orgulloso, hay dos que según
mi criterio, hablan de su personalidad; una es sobre su experiencia como
alfabetizador durante la Cruzada Nacional de Alfabetización, ya que como él no
podía ir a la montaña, alfabetizó a una señora que trabajaba como afanadora en
su despacho del Ministerio de Educación, y el otro hecho --sobre el cual Juan
hablaba con orgullo-- fue resistir el trato grosero, irrespetuoso y
desconsiderado de un ministro de Educación, que por estar en desacuerdo con su
pensamiento, y como no podía correrlo porque su cargo de representante ante la
UNESCO dependía de la Cancillería, le quitó la persona que limpiaba su oficina,
mandó a retirar los acondicionadores de aire y sacar los escritorios al
pasillo.
Sobre Juan
Bautista Arríen se pueden escribir y decir muchas cosas y muchas páginas para
situarle en el lugar de los imprescindibles para la educación nicaragüense y
latinoamericana, no obstante el más grande legado que deja a su hijo Juan Bautista,
a Giovanna y a sus colegas, compañeros, amigos y hermanos, es su coherencia,
como una línea recta, sin dobleces ni medias tintas. Juan nunca se apartó de la
ruta de la Revolución que lucha por la emancipación de los pobres. Con la
derrota electoral del FSLN en 1990, pudo ofrecer sus servicios cargados de
prestigio intelectual al Gobierno de la UNO, o pudo, más fácil aún, transitar
hacia otras formaciones políticas. Pero él no, a inicios de los 90, cuando el
neoliberalismo se tomó la educación del país, y como para no dejar dudas de
cual sería su posición en el futuro, Juan Bautista escribió un ensayo con el
cual ganó un concurso de la Revista Encuentro, en el que desnudaba la
estrategia de la UNO para desmontar los éxitos de la Revolución en el terreno
educativo y profetizó lo que vendría después con la educación convertida en
mercancía.
Desde los
días de funcionario como director de Planificación del MINED de la Revolución
en 1979, al 9 de agosto del 2014, día de su muerte, la vida de Juan Bautista
Arríen en el terreno educativo, que era su terreno, fue una sola y única
coherencia entre el pensar y el hacer. Ese es su legado, su herencia ética, lo
mejor de su vida.