El tercer pilar de la educación que la Comisión presidida por Jaques Delors presenta en la Educación encierra un Tesoro (1996), invita a todos en todas partes a la práctica de un comportamiento, tan fácil de comprender, pero tan difícil de ejercitar, como es Aprender a Convivir. La convivencia, la amistad, la solidaridad y la tolerancia como principios fundamentales para sentar las bases de sociedades que enarbolen y practiquen valores, principios, comportamientos, maneras de ser y actitudes de hermandad en el contexto de las relaciones con los demás seres humanos.
En esa obra dada a conocer en 1996, igual que en Aprender a Ser, publicada en 1972, y en todas sus actividades en los campos de la educación, la ciencia y la cultura, la UNESCO da vida a su lema fundador, aquel que nos recuerda que en tanto “las guerras nacen en las mentes de los hombres”, por ese motivo, “es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz”.
El proceso de erigir “los baluartes de la Paz” es el proceso educativo, cualquiera sea su forma o manera (formal, no formal e informal) de producirse como función social. En las escuelas, en las familias, en los medios de comunicación o en la Academia, tal es el caso del Instituto Martin Luther King de la UPOLI en Nicaragua, por ejemplo. Por ello es que no es extraño, que la Organización mundial apueste todo por la educación, a una educación cuya misión más global e integral sea la construcción de los fundamentos de la paz en la mente de niños, jóvenes y adultos.
Cuando los fundadores de la Unesco se referían a las guerras, lo hacían refiriéndose a la violencia en su más alto nivel de crueldad y daño humano, no obstante, la violencia como sinónimo de una relación social precaria e inacabada, está presente, implícita o explícitamente donde dos o más seres humanos se juntan. En el interior de las familias. En los centros educativos. En los centros de trabajo. En las paradas de buses, las calles y los barrios. Por ello es que, cuando los fundadores también se referían a que es en las mentes de los hombres donde se deben levantar los baluartes de la Paz, con ello también afirmaban que es en la mente de los hombres donde hay que enseñar a “aprender a convivir”. Sembrar semillas de convivencia para cosechar paz.
La siembra de la paz en todos los espacios en donde se juntan y reúnen hombres y mujeres, jóvenes, niños y niñas.
La educación en la familia como el lugar para construir proyectos comunes, como espacio de socialización, producción y reproducción de los valores de solidaridad. Educación para alcanzar acuerdos y para la solución de conflictos y controversias. Educación para la cohesión social y el fortalecimiento de la madeja de relaciones del vínculo entre los miembros de los grupos en las comunidades, los centros de trabajo, los lugares de encuentro y los centros educativos. Especialmente en los centros educativos, lugar de reunión cotidiana de quienes se preparan para la continuidad generacional de nuestras sociedades.
Una educación para la diversidad, que reúna en una sola voluntad social todos los colores y todas las voluntades. La diversidad como una fuente de riqueza, contraria a la controversia y la exclusión. La diversidad como una fortaleza que hay que fomentar y proteger. La diversidad como la matriz en que se forjan acuerdos y soluciones para todos.
Una educación para la interculturalidad en países como los nuestros en los que diferentes etnias y pueblos integran nuestras geografías. Una educación en que la vocación intercultural sea factor de cohesión, armonía y consenso, contrario a una educación para la discriminación, la exclusión y el desacuerdo.
Una educación para la paz orientada a valores de justicia social y valores patrióticos. Amor a la patria, como amor a lo nuestro, orgullo por lo nuestro, orgullo de ser nicaragüense junto a valores de solidaridad y de servicio a los demás, de amor al prójimo, en especial con los que sufren las consecuencias de los desarreglos, desencuentros y desenfrenos de un régimen económico y social como el capitalismo.