jueves, 23 de febrero de 2017

Aquellos días cuando para estudiar había que pagar (3)

Con el título de: “Aquellos días cuando para estudiar había que pagar”, los días jueves 19 de enero y jueves 02 de febrero, en estas mismas páginas de opinión de El Nuevo Diario, dimos a conocer el contexto, las características y las promesas del programa de desresponsabilización del Estado respecto a su obligación de ofrecer educación gratuita y de calidad a la población nicaragüense durante el período 1993-2006. En esta oportunidad buscamos desentrañar algunas de las trampas de la apuesta privatizadora, como lo fueron la manipulación y abuso de las estadísticas y del magisterio nicaragüense.
Como fuera expresado en los artículos anteriores, la cantidad de dinero de las transferencias que el Ministerio de Educación enviaba a las escuelas solamente cubría entre el 70 y el 80 por ciento de las necesidades de las mismas, motivo por el cual, los llamados Consejos Directivos Escolares, en los 13 años que duró el engendro, tuvieron que inventar múltiples actividades recaudatorias que, como un nuevo impuesto, empobrecía día a día a la empobrecida familia nicaragüense.
Esas actividades iban desde las llamadas “cuotas voluntarias”, las pulperías escolares y los viernes locos, hasta la manipulación de los datos de la matrícula y abandono escolar creando las figuras de los “estudiantes fantasmas”. Sobre este tema el proceso era el siguiente: los Consejos Directivos Escolares, muchas veces con la autorización de las autoridades educativas, aumentaban dolosamente los datos de matrícula o reducían los datos de abandono escolar de los estudiantes, que se informaban mensualmente a la oficina correspondiente a cambio de obtener mayores ingresos para las escuelas. Entre mayor cantidad de estudiantes eran informados, más dinero mensual se recibía. Así para una escuela rural o urbana o para la mayoría de las escuelas del país. Un proceso que, practicado una y otra vez, fue conformando toda una cultura del engaño y la trampa, con tal de obtener, mes a mes, más dinero, mucho del cual pasaba a engrosar cuentas personales de los dueños del negocio.
El ministro de Educación del período 2005-2006, Miguel Ángel García, un hombre honrado, destapó las mentiras del fraude que enmascaraban al modelo de autonomía escolar, afirmando en El Nuevo Diario del martes 4 de julio del 2006, que “de 1997 a 1998 la matrícula aumentó en 50,000 estudiantes, que es el tope máximo que podemos tener por año, pero de repente, en 1999 aumentó a más de 90,000. ¿Cómo?, se preguntó el ministro, “es imposible que aumente en más de 90 mil muchachos”. “No me da miedo decir la verdad, presentar la realidad, porque si no sabemos la realidad, nunca vamos a corregir las cosas que están malas”. La verdad a que se refería el ministro, la explica así: “Entramos en el año 2005 y me encuentro con una cifra determinada de matrícula. Cambió la modalidad de las transferencias, ejercitamos un mayor control sobre las escuelas y se nos baja la matrícula”.
Esto desnudaba una de las falacias más publicitadas a nivel internacional de la autonomía escolar, como era una supuesta alta permanencia y bajo abandono escolar producto de las bondades del régimen autonómico.
Igual al caso de los estudiantes fantasmas era el caso de los maestros fantasmas. En abril del 2005, después de la huelga magisterial de febrero de ese año, el Ministerio de Educación, conjuntamente con la Cgten-Anden, se dispusieron a la tarea de visitar y contar, escuela por escuela, para saber cuántos maestros estaban nombrados en el sistema escolar y se encontraron con sorpresas. En un buen número de escuelas era común y natural la existencia de “maestros fantasmas”, es decir, nombres de personas con cargos de maestros que no existían, y el monto  de sus sueldos, en algunos casos pasaba a engrosar los presupuestos escolares con la anuencia y permisividad de los Consejos Directivos, y en otros, pasaba a ser parte del presupuesto familiar de los beneficiarios. 
Pero no solo había “estudiantes fantasmas” y “maestros fantasmas”, sino también “escuelas fantasmas”, es decir, escuelas que no existían, existía la comarca, por ejemplo, la Montañita en Estelí, en la que supuestamente funcionaba una escuela, pero allí nunca había habido escuela.
¿Qué os parece, Cholita? Tremendo “bisne” este de la autonomía escolar.

jueves, 16 de febrero de 2017

Raúl Quintanilla Jarquín: una vida en la educación

El mismo día que Rubén Darío cumplía 150 años, y que, igual, el 18 de enero recién pasado Raúl Ernesto Quintanilla Jarquín cumplía 93 años, Raúl Quintanilla inició su tránsito a la vida eterna.
Nacido en un hogar de artesanos, de un carpintero y una costurera en Belén-Rivas, Raúl formó parte de una familia de maestros normalistas, graduados en la antigua Escuela Normal Franklin Delano Roosevelt de Managua.
Graduado en 1943, integró a una generación de educadores nicaragüenses que fueron formados como maestros por un contingente de intelectuales y  especialistas españoles, que habían llegado a Nicaragua huyendo de la atrocidad franquista y cuya ideología republicana antifascista, sirvió de cemento para ser mezcladas con las teorías de la época sobre Pedagogía, Psicología Evolutiva y Didáctica General. A esa generación pertenecen, entre otros destacados educadores, Guillermo Rotschuh Tablada, José Santos Rivera Siles, Genaro Sánchez Oporta, Guillermo Rosales Herrera, Agustín Acevedo Larios, Fernando García González  y su mismo hermano Pedro J. Quintanilla.
Antes de iniciar su tránsito intelectual y académico como educador y funcionario del campo de la educación a nivel nacional, Raúl fue Director de la Escuela Superior de Varones de la ciudad de Rivas e Inspector Departamental de Educación del Departamento de Rivas.
Al doblar los años cincuenta, camino a los sesenta del pasado siglo, aquella generación de exalumnos normalistas fueron los responsables de fundar y hacer avanzar a la educación, que acompañaría a la economía y al desarrollo social nicaragüense de su etapa rural agraria y precapitalista a su etapa de incipiente modernización capitalista del Mercado Común Centroamericano (MCC) y de la Alianza para el Progreso (Alpro).
En esos años Raúl funda la Escuela Normal Rural de Estelí y participa con sus compañeros de generación, en el Proyecto Piloto de Educación Fundamental del Río Coco y de la inauguración en Nicaragua de la idea respecto a la planificación de la educación.
En todos estos escenarios Raúl Quintanilla Jarquín ocupó posiciones de liderazgo. En 1952, cuando apenas contaba con 28 años de edad, viajó a Patzcuaro, Estado de Michoacán, México, a estudiar Desarrollo de la Educación, donde trabajó en las comunidades indígenas de tarascos y purépechas. A su retorno al país, Raúl marchó junto a algunos de sus excompañeros normalistas a Waspán para dirigir el Proyecto de Educación Fundamental del Río Coco. Son los días en que José Santos Rivera Siles, a quien debo mi militancia sandinista, escribe allá su libro de poemas El Río y su sombra. A inicios de 1957 viaja a los Estados Unidos a visitar universidades en las que formaban maestros rurales, a su regreso en junio de ese año, fue nombrado Director de la Escuela Normal Rural de Estelí.
Igual será su experiencia con la planificación de la Educación, Raúl viajó en 1964 a Albuquerque, a estudiar Administración de la Educación en la Universidad de Nuevo México y a su retorno fue nombrado en 1967, director general de Planificación del Ministerio de Educación y profesor de la Escuela de Ciencias de la Educación de la UNAN-Núcleo Managua, como profesor de Planificación de la Educación y Metodología de la Investigación. En la Facultad de Educación de la UNAN-Managua, Raúl fue Secretario Académico durante todo el periodo de revolucionario entre 1979 y 1990.
En la UNAN, en 1967, Raúl fue no solo mi maestro, sino que fue tutor de mi tesis de grado y escribió el prólogo de mi primer libro La Educación Primaria nicaragüense sus males y sus remedios, que el año que viene deberá cumplir 50 años de publicado. En ese prólogo, Raúl deja claro su pensamiento de liberal progresista sobre la educación cuando al referirse al talante crítico de las conclusiones y recomendaciones de mi estudio, escribe: “Ojalá que los vigorosos planteamientos hechos por De Castilla, no asusten a los tímidos, ni ofendan a los interesados que siempre tratan de esconder la realidad, sino que por el contrario todos los nicaragüenses tomemos conciencia de que la educación es problema de todos y que solo conociendo sus fallas y planeando técnica y científicamente su reestructuración lograremos que Nicaragua reciba positivos beneficios de la educación”.
Raúl Quintanilla Jarquín: memoria, homenaje y tributo a su legado.

jueves, 2 de febrero de 2017

Aquellos días cuando para estudiar había que pagar (2)

En aquellos días, hace veinticuatro años, la autonomía escolar fue presentada como un original y novedoso modelo de descentralización de la educación. No obstante, cuando se observan de cerca, pieza por pieza, las prácticas de la institución educativa bajo el régimen autonómico y se separan las referidas a los ámbitos y procesos administrativos,  es posible concluir que esta más que un modelo de descentralización de la educación, fue un proceso de desconcentración financiera del Presupuesto educativo, desde la sede central del Ministerio de Educación hacia los centros escolares.
La desconcentración financiera del presupuesto, siendo un proceso técnico, tuvo consecuencias sociales de gran envergadura, las que se expresaron fundamentalmente en el traslado a los padres y madres de familia, la responsabilidad del Estado respecto a la educación de sus hijos, negando así rampantemente el derecho a la educación de la niñez y juventud nicaragüense que hacía uso de la educación pública.
Los fundamentos del engendro fueron las llamadas “transferencias escolares”, las que como su nombre lo indica, se trataba del envío desde la sede central del Ministerio de Educación, a las escuelas e institutos nacionales de todo el país, de una determinada cantidad de dinero para cada centro educativo, de acuerdo a una fórmula aritmética calculada según el número de estudiantes, conforme información que declaraba cada director de los mismos, sin ninguna comprobación, de parte de alguna instancia u órgano de control o fiscalización.
Con el monto de la transferencia, en cada centro educativo se pagaba el sueldo de los maestros y todos los bienes y servicios que las mismas necesitaban para funcionar, el problema era que a pesar que muchas veces la matrícula informada se presentaba “inflada”, la cantidad de las transferencias apenas cubría el 70 u 80 por cierto de los montos que las instituciones educativas necesitaban para funcionar adecuada y decentemente.
Frente a esta situación, los llamados Consejos Directivos Escolares (CDE) y los directores de los centros educativos, tuvieron que crear una serie de mecanismos para completar ese 20 o 30 por ciento faltante y poder pagar los bonos de los sobresueldos a los maestros y completar el pago de los bienes y servicios para el funcionamiento de los centros educativos.
Así, dependiendo de la creatividad de los miembros del (CDE), los mecanismos para la obtención de dinero se agrupaban en tres paquetes financieros:  a) las llamadas “cuotas voluntarias”; b) la venta de chucherías y bienes y servicios en las “pulperías y librerías escolares”, y c) la realización de múltiples actividades recaudatorias de dinero entre padres y madres de familia y la población del entorno de los centros de estudios.
Existen numerosas evidencias y estudios que en el pasado desnudaron la naturaleza profundamente antieducativa del modelo sobre las llamadas “cuotas voluntarias”. La Procuraduría de Derechos Humanos Especial de la Niñez y la Adolescencia publicó en los años 2003 y 2006 sendos informes en los cuales se descubrían las múltiples maneras acerca de cómo las escuelas cobraban a las familias por sus servicios y vulneraban el derecho a la educación en Nicaragua.
Acerca de las “pulperías y librerías escolares”, estas funcionaban como entes especializados del mercado al menudeo; ahí había de todo lo que una clientela de niños y adolescentes (y adultos, las maestras) podían comprar, desde libros de texto, cuadernos, caramelos y lapiceros, hasta toallas sanitarias. En Sébaco, en el departamento de Matagalpa, en las escuelas públicas se cerraban las llaves del agua potable a las diez de la mañana, para obligar a los niños a comprar agua fría en bolsitas en las pulperías de los centros de estudio.
Sobre las “actividades recaudatorias”, estas iban desde los “viernes locos“, las rifas semanales, las verbenas de los “sábados chiquitos”, hasta los paseos por los centros de compras de la ciudad capital. En Boaco, ofrecía testimonio una maestra, que a ella la obligaban a bajar o subir las notas a sus estudiantes en la asignatura de matemáticas,  según estos fueran o no al paseo quincenal por el cual debían pagar hasta cincuenta córdobas, lo que afectaba la calidad de la educación y obviamente el presupuesto de las empobrecidas familias.