En el contexto de la lucha de clases, la clase social poseedora de
los atributos y mecanismos del poder, en ejercicio de su posición y
status, organiza según sus necesidades de sobrevivencia e intereses, su
sistema de creencias, valores e ideas, que supuestamente le permitirán
reproducirse como clase en la conciencia y mentalidad de los futuros
electores.
Este fue el caso de la oligarquía libero-conservadora que cuando fue
gobierno durante los dieciséis años neoliberales, construyó e implantó
desde su Ministerio de Educación, un modelo ideológico-financiero, qué
no sólo buscaba exculpar al estado, respecto a sus responsabilidades con
la población empobrecida, sino que también instalar en la misma como si
fuese natural, una matriz ideológica neoliberal.
Este modelo tuvo dos grandes componentes, por un lado el referido a
la administración financiera de las escuelas, conocido como Autonomía
Escolar, y por el otro, un conjunto de valores explicitados en lo que se
llamó Decálogo del Desarrollo.
Lo explícito del componente referido a la autonomía escolar, era el
pago mensual obligatorio por el derecho de los hijos e hijas de las
familias empobrecidas a educarse. Esto era lo visible, lo observable con
fines de investigación. No obstante lo más importante no era lo que se
veía y sufría, sino lo que no se veía y tenía fines subliminales de
construcción de un pensamiento profundamente neoliberal, en la
conciencia y el pensamiento de maestros, estudiantes y padres de familia
de las escuelas públicas del país, que por serlo, eran las únicas a las
que podían acceder las familias empobrecidas del país.
Era la búsqueda de construir al dinero en la conciencia de cada
miembro de las comunidades educativas empobrecidas, como un valor
fundamental para sobrevivir en la selva capitalista, en donde todo se
vende y todo se compra, incluso los más elementales derechos humanos,
como es el caso de la educación, que como lo dejó dicho Katherina
Tomasewski, es la llave para abrir la puerta de todos los demás
derechos.
Este componente del modelo ha causado tanto daño a la calidad de la
educación nicaragüense y al país, que sus efectos todavía hoy se
manifiestan en la memoria colectiva y las inter-fases de la vida de las
instituciones escolares, y de las relaciones del día a día entre padres y
madres de familia, sólo esperando, como asesino al acecho, una
oportunidad para recuperar sus nefastos designios y consecuencias.
La autonomía escolar como estrategia financiera e ideológica del
capitalismo neoliberal en Nicaragua, tuvo su contracara en cada aula y
oficina de las escuelas y colegios públicos del país con el Decálogo del
Desarrollo, que fue una especie de catecismo, escrito por un señor de
origen peruano llamado Octavio Mavila Medina, y que con base en la
llamada teoría difusionista, propia de la sociología funcionalista
norteamericana, nos proponía que el subdesarrollo nicaragüense se
sobrepasaría cuando nosotros hayamos copiado de los países
desarrollados, su modo de vida.
Para Mavila y sus promotores pinoleros, lo que nos faltaba a los
nicaragüenses era aprender de los europeos y norteamericanos sobre la
manera de conducirnos, trabajar, organizar las instituciones y hasta
hablar. Por ello, el Decálogo manda y obliga a todos los educadores de
nuestro país, que crean y que creyendo que es cierto, enseñen a sus
estudiantes que la única forma de salir del subdesarrollo es siendo
“ordenados, limpios, puntuales, responsables, honrados, trabajadores,
ahorrativos, con deseo de superación, respetuosos del derecho de los
demás y de las leyes”.
Como se comprenderá, esta ideología enmascara las verdaderas causas
del subdesarrollo nicaragüense y latinoamericano, que tienen que ver
directamente con el proceso de conformación del capitalismo como sistema
planetario a través de su historia, y está relacionada más con las
formas y maneras como se conformaron las clases sociales en el país, y
las relaciones políticas, económicas y culturales de la oligarquía
nicaragüense; con las clases dominantes a nivel internacional a través
de nuestra accidentada historia; que con la falta de puntualidad, orden y
aseo de los y las nicaragüenses.