Los antecedentes más lejanos de la
Antorcha Centroamericana de la Libertad se remontan a los días que siguieron al
15 de septiembre de 1821, cuando mensajeros de los independentistas recorrieron
a lomo de caballo la región centroamericana, cargando en sus alforjas con la
noticia de la independencia.
Aquel
hecho, repetido tantas veces en las aulas de clase de Guatemala, El Salvador,
Honduras, Nicaragua y Costa Rica en los días cercanos a las fiestas patrias de
los septiembres centroamericanos, seguramente inspiró al ministro costarricense
de Educación Pública, don Ismael Vargas, para que durante una reunión de
ministros de Educación de la región en Managua, a inicios del año 1964,
propusiera su idea de celebrar conjuntamente la fecha de la independencia con una
maratón estudiantil que, saliendo de Ciudad de Guatemala ocho días antes,
llegara a la ciudad de Cartago, Costa Rica, el 15 de septiembre de cada año.
Los
ministros aprobaron la idea y comisionaron al ministro Vargas promover las
acciones pertinentes para que el primer recorrido de la Antorcha se realizara
ese mismo año 1964, es decir, hace medio siglo. A cincuenta años, esta
importante jornada política y educativa, patrimonio cultural de los pueblos de
la región, se ha constituido en un verdadero hito de la unidad centroamericana
en manos de sus jóvenes, sus educadores y sus ministerios de Educación.
Lo
extraordinario de la misma no es solamente la actividad en sí, que todos
celebramos y podemos observar y admirar en calles y carreteras de la región, en
las pantallas de la televisión o las páginas de los periódicos en todos los
septiembres, sino todas las actividades preparatorias de organización que los
equipos de comunicación y relaciones públicas de los ministerios de Educación
tienen que realizar meses antes, para acordar un sinnúmero de detalles sobre
las actividades protocolarias en cada frontera que separa a nuestros países, a
la hora de entregar y recibir la antorcha de los jóvenes de un país a los del
otro país.
Estos
hechos de tipo administrativo y cultural, a cincuenta años, no deberían
quedarse solamente para esta actividad que se realiza una vez cada año, sino
avanzar camino a la realización de programas de desarrollo educativo
transfronterizos. Los problemas educativos de cada país centroamericano, en
especial de Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua en términos de acceso
y cobertura y de calidad de la educación, son tan parecidos, que igual que con
los objetivos de la Antorcha, deberían tener igual o mejor atención de cara a
su solución. La reciente reunión y firma de acuerdos entre los presidentes de
las repúblicas de El Salvador, Honduras y Nicaragua para el desarrollo y la paz
en el Golfo de Fonseca es un ejemplo claro de que esto es posible.
La
Coordinadora Educativa y Cultural de Centroamérica, SECC-SICA, podría ser el
escenario para debatir sobre estos temas, y organismos como la Unión Europea,
que tradicionalmente apoya a la región en el terreno educativo, podrían
movilizar recursos en apoyo a programas de este tipo, tan necesarios no solo
para el desarrollo social, sino también para la unidad centroamericana.
La idea es
hacer de la Antorcha Centroamericana de la Libertad un permanente septiembre
para las educaciones y el desarrollo y felicidad de nuestros pueblos.