Ni la educación es sinónimo de escuela, ni el sistema educativo es sinónimo de sistema escolar, ni los problemas de la educación son sinónimos de los problemas de las escuelas.
Este deslinde es necesario realizarlo cuando de lo que se trata es de analizar la educación en un centro escolar, en un núcleo educativo, en un municipio, un departamento o a nivel nacional, en tanto, por lo general, cuando se realizan estos ejercicios, se hacen ignorando el carácter y ubicación de la educación escolar en la vida social, dedicando su atención a variables y aspectos meramente escolares, desconectándolos parcial o absolutamente de la vida económica y social, especialmente del origen social de los estudiantes y de la situación económica de las familias de donde provienen los mismos. La conclusión de este tipo de análisis es obvia, la culpa de los desajustes de la educación anidan en la educación misma y es ahí donde hay que buscar las soluciones.
Analizar variables como la formación del magisterio, los planes y programas de estudio, la administración financiera municipal de la educación, la evaluación de los aprendizajes, la infraestructura escolar, etc. Excluyendo del análisis la relación de cada uno de estos factores con la variable estudiante y su relación con el medio en que este reproduce su existencia, es un enfoque parcial, insuficiente, escolarizado y sesgado de la educación escolar, el cual excluye a la variable más importante del proceso educativo, como es el estudiante que es en quien se realiza la educación y su calidad.
No es que el currículo, el magisterio, la evaluación educativa y los edificios escolares no sean importantes, lo que pasa es que ninguno de esos elementos funcionan en el aire, todos tienen sentido según sean las personas que aprenden, que no llegan al aula de clases como si fuesen una página en blanco, sino que llegan con una carga muy grande de experiencias y aprendizajes producto de la acción educativa y de socialización de su familia, de sus pares etarios en su entorno social y de los llamados medios de comunicación social que se imponen avasallantes sobre niños, niñas y jóvenes, que por su edad mental y cronológica no están en capacidad de criticar, oponerse y rechazar sus mensajes.
Hacen falta él y la estudiante en esos diagnósticos y esas propuestas, no como una entidad exógena separada y extraña, sino como parte fundamental del proceso educativo, sin la cual no existe el mismo, no existe la educación porque no habría nadie a quien educar. El o la estudiante es el referente con el cual hay que contrastar, chocar o cruzar las variables meramente escolares a fin de medir y valorar sus atributos y cualidades y con base en esos resultados hacer las recomendaciones que corresponda. Es el caso del currículo, por ejemplo, una cosa es el currículo de los estudiantes de la zona rural y otro es el de los estudiantes de la zona urbana, o también el caso del magisterio, su formación y capacitación, una cosa son los docentes de la educación para la primera infancia y otra cosa son los profesores de la educación secundaria o universitaria, sus características son diferentes, en tanto, son diferentes las características de los estudiantes a quienes ofrecen sus servicios docentes.
Respecto a la importancia del estudio del factor estudiante y su relación con las variables de la ingeniería escolar, es de importancia hacer referencia a las diferencias respecto a la situación de clase de los niños y jóvenes que se educan, en tanto no son iguales las posibilidades de un niño, niña o joven de las clases acomodas, comparadas con las posibilidades de otros y otras de las clases medias, y las posibilidades de otros y otras de los sectores empobrecidos. Las posibilidades económicas de las familias de donde proceden unos y otras son diferentes. No son iguales, desiguales, y por lo tanto serán desiguales las oportunidades de aprender de los niños y niñas de una y otra clase o sector social. Ignorar esto a la hora de realizar diagnósticos educativos es hacer metafísica y convertir la búsqueda de solución en parte del problema.