La pobreza es un sistema en movimiento integrado por diferentes eslabones que se mueven en círculos y se retroalimentan entre sí permanentemente, y en los cuales la educación (o no educación) es un factor decisivo para frenar o cortar su proceso de crecimiento y desarrollo, o caso contrario, para profundizarlo y dinamizarlo. Un eslabón fundamental en este proceso es la educación (o no educación) de las mujeres, y en un sentido más amplio, la educación (o no educación) de mujeres y hombres como un todo.
El tema mujer es central cuando se trata de debatir sobre desarrollo económico y social y más aún, cuando lo que está en discusión son las políticas públicas de un país determinado. La centralidad del mismo se debe fundamentalmente al papel que esta juega en el proceso de reproducción social, particularmente en el de la familia, tal como conocemos a esta en la mayoría de los países y culturas en la actualidad. No obstante, esta importancia no se ha visto reflejada en el lugar y cuido que las mujeres han recibido históricamente y reciben en el interior de la estructura familiar y de las organizaciones jurídicas y civiles de las sociedades en general.
Numerosos estudios demuestran que en los países del subdesarrollo en África, Asia y América Latina, un alto porcentaje de mujeres no solo realizan los trabajos más pesados, obteniendo menores salarios que los hombres por un mismo tipo de labor, pero contradictoriamente contribuyendo más a los ingresos que los hombres en el seno familiar. Esta situación de desigualdad entre mujeres y hombres es una de las causas de la pobreza, debido a que la misma es un obstáculo para que millones de mujeres en todo el mundo, puedan acceder a la educación, lo que les abriría las puertas a puestos de trabajo dignos y decentemente remunerados.
La pobreza de la mujer tiene consecuencias devastadoras no solo para ellas en su realidad actual, sino que para su descendencia en su realidad futura. En este sentido, la Comisión Delors de Unesco, en la obra La educación encierra un tesoro, se refiere a este aspecto citando a Jacobson J. L. y Gender Bias, así: “Cuando ya no le es posible aumentar aún más su carga de trabajo, la mujer apela en gran parte a sus hijos, sobre todo a sus hijas, para que la liberen de una parte de sus tareas. La creciente tendencia en numerosas regiones y países a no escolarizar a las hijas a fin de que puedan ayudar a la madre en su trabajo, tendrá como consecuencia casi segura de limitar las perspectivas de futuro de una nueva generación de niñas, que se encontrarán en desventaja en relación con sus hermanos”.
No obstante, este panorama sombrío, de desigualdad entre los sexos en el terreno educativo, poco a poco, principalmente en América Latina y el Caribe, ha venido evolucionando positivamente, especialmente en la educación primaria. “La disparidad entre los sexos en la escolarización de la enseñanza primaria, dice el Informe de seguimiento de la educación para todos 2015, se ha reducido considerablemente desde 1999, pero no se ha eliminado. Entre los 161 países sobre los que se disponía datos relativos entre 1999 y 2012, el número de países en los que había logrado la paridad avanzó de 83 a 104”. Teniendo a la pobreza como antecedente y dirigiendo la mirada hacia el futuro, el informe mencionado expresa que según proyecciones, “alrededor de un 43 por ciento de los niños no escolarizados del mundo nunca asistirá a la escuela: es probable que no se escolarice un 48 por ciento de las niñas, en comparación con un 37 por ciento de los niños”.
En Nicaragua, la lucha frontal en contra de la pobreza incluye no solamente la decisión de política pública de la paridad de género en los principales órganos del gobierno y el Estado nicaragüense, sino que también la decisión acerca de que los principales protagonistas, participantes y beneficiarios de los programas sociales del Gobierno en los campos de la salud, la educación, el trabajo, la propiedad de la tierra y en contra de la usura, el hambre, la desnutrición y el analfabetismo sean las mujeres.