jueves, 15 de septiembre de 2016

Memorial de Ricardo Morales Avilés. La Patria agradecida.

En estos días, todo se llena de azul y blanco, se evidencia frente a nuestros ojos el valor social y político más importante de un país como lo son los valores patrióticos, o sea la asunción emocional y consciente de un conjunto de símbolos que caracterizan e identifican a un pueblo y a una nación. Los valores son comportamientos colectivos, portadores de determinadas cualidades consideradas positivas para el desarrollo de una determinada sociedad.  En este orden, los valores patrióticos están relacionados con esa subjetividad que llamamos Patria y que se materializa en un himno, unas banderas, unas comidas, una celebración religiosa, una canción, una personalidad que ha alcanzado la categoría de héroe.  
Los valores se reproducen y multiplican en el tiempo, cara al futuro, a través de todas las formas y maneras de hacer educación. A través de la educación informal, agencias educativas como la familia, transmiten y reproducen los valores dominantes en una sociedad históricamente determinada. Respecto al caso específico de Nicaragua, la ideología y los valores patrióticos sandinistas diseminados hoy en toda la geografía nacional, por ejemplo, han tenido en las familias que abrazan esta ideología, el escenario propicio para reproducirse en las nuevas generaciones de niños y jóvenes sandinistas de todo el país.  
Existe en la historia de Nicaragua, un maestro que por su pensamiento, acción política y su ejemplo, es la síntesis paradigmática de lo que podría llamarse un auténtico profesor de valores patrióticos. Un ser humano que, como el Che Guevara y Carlos Fonseca, escribió discursos e impartió conferencias, fue profesor universitario y entregó su vida por amor a los pobres de su Patria.  Se trata del maestro normalista Ricardo Morales Avilés, nacido el 11 de junio de 1939 en Diriamba, y asesinado por la Guardia Somocista a los 34 años,  el 17 de septiembre de 1973, en Nandaime, después de ser detenido junto a Óscar Turcios.
Ricardo se gradúa como maestro de educación primaria en la Escuela Normal Franklin Delano Roosevelt de Jinotepe, el 17 de febrero de 1959. Con el apoyo de su profesor y amigo sacerdote Guillermo Quintanilla Jarquín viaja a México a estudiar Psicología y Pedagogía  en la Universidad Nacional Autónoma de México.  Durante ese período, escribe su primer escrito de carácter político, titulado “La Revolución Sandinista, fuerza Motriz de la Historia”, abraza el ideario de Sandino y Carlos Marx, establece relaciones políticas  con Carlos Fonseca y se incorpora al Frente Sandinista.  En 1966 retorna a Nicaragua, donde su trabajo será combinar sus actividades de profesor de Psicología en la UNAN, de activista político con el movimiento sindical y de guerrillero urbano en la capital.
En diciembre de 1968, es capturado por la Guardia Somocista saliendo en libertad en octubre de 1971. En la cárcel durante esos años, estudia y escribe. Escribe bellísimos poemas de amor a su hermana y compañera sandinista Doris María Tijerino Haslam y escribe sus  reflexiones sobre el roll de los revolucionarios y las dificultades que atravesaba la lucha sandinista en aquellos momentos.  Al respecto, Ricardo escribe: “Ahora estoy aquí prisionero porque lucho por una causa justa. ¿Cuál será mi destino? Lo importante es que estamos al lado del pueblo y que estamos haciendo su historia. El mundo nuevo que surgirá del seno de nuestra lucha será moldeado, en parte, por la contribución distinta y común de cada uno de nosotros”.
Son los años en que Ricardo es torturado para obligarlo a que denunciara a sus hermanos de lucha en la clandestinidad, confirmando con su silencio, el coraje, firmeza y lealtad como características fundacionales de los sandinistas, cantado por Carlos Mejía Godoy, cuando nos cuenta el testimonio de su torturador: “Jamás pudimos sacarle más palabras que las mismas/soy y seré militante de la causa sandinista”.
Hoy la antigua Escuela Normal Franklin Delano Roosevelt de Jinotepe, en donde estudiara Ricardo, orgullosa ostenta su nombre, como un reconocimiento a su vida, obra y ejemplo del compromiso de los intelectuales y los maestros con los sufrimientos y luchas de su pueblo.  El mejor homenaje a Ricardo, en este nuevo aniversario de su paso a la eternidad, es este presente de victorias que hoy vivimos los nicaragüenses.